El pianista

Roman Polanski, 2002
Reparto: Adrien Brody (Wladyslaw Szpilman), Thomas Kretschmann (Capitán Wilm Hosenfeld), Daniel Caltagirone (Majorek), Frank Finlay (El Padre), Maureen Lipman (La Madre), Emilia Fox (Dorota), Ed Stoppard (Henryk), Julia Rayner (Regina), Jessica Kate Meyer (Halina), Ruth Platt (Janina).
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Lo que no sabe hacer Spielberg

Yo no llegué entrar de lleno en la aclamada "Lista de Schindler", y sigo sin ver lo que despertó tanto fervor, salvo por el nazi que interpreta Ralph Fiennes, que no deja de tener morbo. Un alemán tiene una lista de judíos y los salva de los nazis a lo largo de tres horas de metraje, contra viento y marea. ¿Es eso tan heróico? Quiero decir ¿sería menos heróico si el hombre no tiene lista ni conoce a nadie y de repente ayuda a escapar al mismo número de judíos? ¿Por qué es más heróico empeñarse en salvar las vidas consignadas en una lista?

En el "Salvar al soldado Ryan" y en "Enemigo a las puertas", los héroes son judíos y no hay que explicar nada más para que entendamos que los alemanes son malvados. Pero esa también es una forma de racismo. Un alemán es perverso porque otro decidió el holocausto.

Hay muchas cosas con respecto al tema judío que no me gustan. Y no me gusta oír a Spielberg hablar de ello manipulando al espectador. Con respecto al sufrimiento judío, y al horror, creo que siempre recordaré "El Pianista".

Polanski recrea durante tres horas de dolor el proceso de degradación de un ser humano marcado por la estrella de cinco puntas. Al principio de la película conocemos a Szpilman, un músico judío que toca para la radio de Varsovia mientras los alemanes bombardean la ciudad. Un rumor, o una noticia en la radio les va informando del nuevo reglamento antisemita al que tienen que someterse. Los judíos no pueden tener más de dos mil zloti en sus casas, y ellos tienen cinco mil. Luego tienen que ponerse en el brazo una estrella de David, a lo cual se niega su hermana. Luego son recluidos en un gheto amurallado. Y en cada momento en el que creemos que este hombre ha llegado a lo más bajo descubrimos que aún puede suceder algo peor.

En contra de lo que dictan los cánones, que a una escena de sufrimiento debe suceder otra de alegría, el ritmo no deja un descanso al espectador.

Aunque el deambular de Szpilman se parece al del engendro de Inteligencia artificial, hay una diferencia fundamental. Por mucho cariño que cojamos al niño celestial, él no esta vivo, no es más que un juego para manipular al espectador, mientras que Szpilman representa a seis millones de seres humanos. Un espectador no es tan masoquista como se dice, y sólo se somete a una mesa de torturas de este tipo si sabe que el narrador esta jugando limpio.

El plano subjetivo con que está narrada la historia es otro ejemplo de franqueza. Los alemanes y sus leyes discriminatorias debieron toparse con la resistencia de todos los judíos. Los alemanes respondieron con la muerte y el abuso. Szpilman no explica los hechos, sólo los vive. En la fila en la que vuelve del trabajo ocho personas son obligadas a adelantarse y un oficial alemán les descerraja, uno por uno un tiro en la nuca. No sabemos por qué. La sensación no puede ser más aterradora, la narración no puede ser más eficaz.

Muchos directores hubieran sucumbido a la tentación de largarnos un discurso. A casi todos hay que aguantarles el racismo antialemán. Polanski se ciñe a los hechos, y los resultados van mucho más lejos.

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