La vida de nadie

Eduard Cortés, 2003.
Reparto: José Coronado (Emilio Barrero), Adriana Ozores (Agata), Marta Etura (Rosana), Roberto Álvarez, Adrián Portugal, Rosa Meras.
* * *
El verdadero terror

Si Billy Wilder hubiera cogido este argumento se lo hubiera pasado estupendamente creando equívocos con la vida real de Emilio Barrero y con la que finge llevar. De hecho, se puede decir que la vida de este hombre, que vivió en la realidad y saltó a luz en los periódicos es la historia que siempre cuenta Wilder.

A los cuarenta años, Emilio tiene una casa, un hijo y una esposa, ha mentido con una carrera que no ha estudiado, una casa que no es suya, un cargo en el banco de España que no desempeña. Y sostiene esa mentira con el dinero de sus seres queridos que él maneja haciéndoles creer que está invirtiéndolo.

El talento de Cortés ha consistido en evitar los caminos más fáciles. No ha mostrado a un Emilio sinvergüenza y picarón aprovechándose de los bancos y millonarios como en “Atrápame si puedes”, y tampoco ha caído en la trampa de castigarlo. Cortés se ha concentrado en hacer creíble una mentira que aunque ocurrió en la realidad (El personaje real asesinó a su mujer y a sus dos hijos) es difícil de hacer creer en la pantalla. Y con minuciosidad nos arrastra en una bola de nieve que ya resulta desasosegante por sí misma, sin necesidad de añadir ninguna retórica.

El final delata el carácter principiante de este trabajo porque no ata con solidez un planteamiento inexorable. Personalmente yo hubiera elegido ciertas elipsis.

Shakespeare pone en boca de Romeo (Romeo y Julieta) y en Shylock (El Mercader de Venecia) la última reflexión de Emilio Barrero. Los dos personajes de Shakespeare se preguntan donde está eso que tanto nos importa, la raza, los apellidos. Los valores más importantes para mucha gente, como la clase social no son parte de uno mismo. Alguien puede saltárselos a la torera, como el personaje de DiCaprio o el de José Coronado. La mentira es algo casi cotidiano, uno fantasmea cuando puede, pone cuernos, se añade ligues que no ha conquistado o se quita años. A su hijo, Emilio le hace creer que puede matar cien osos, pero esa mentira la cuentan todos los padres. Hasta aquí podríamos reírnos, pero Emilio no tiene gracia. Emilio no puede dar marcha atrás y decirle a todo el mundo “anda que broma os he gastado,” como los personajes de Wilder. El director no se dio cuenta del gran chiste que estaba contando, por eso no llegó a la altura del verdadero Kafka, se quedó en el Kafka que todos solemos interpretar.
Diego Vázquez. La butaca. (4/5)
En el caso de Cortés se trataría de una mirada no tan profunda como la de Cantet, pero que se atreve a llevar el suceso a la realidad de un Madrid en el que José Coronado (quien está revitalizando su carrera de actor a pasos agigantados con sus últimos trabajos, como si de un auténtico renacer se tratara), Adriana Ozores y el resto de un magnífico reparto (hasta Marta Etura está aprovechada), dan vida a la historia de un economista del Banco de España (convertido el lugar en un escenario de una frialdad exquisita), de vida perfecta y plena, de no ser porque toda ella es un enorme engaño, el cual se tambaleará hasta sus últimos límites con la aparición de una joven (la citada Etura) de la que Coronado se enamorará, como el primer acto real en muchos años ocurrido en su vida, que coincide en parte con lo sucedido en el caso real.

Criticalia. Enrique Colmena. (3/5)
Sobre una historia verídica que ocupó las páginas de los periódicos hace unos años (un hombre que fingía tener trabajo y mantuvo la quimera hasta que no pudo más y terminó matando a su familia) se han realizado ya tres versiones al cine, más o menos libres, dos francesas ("El empleo del tiempo" y "El adversario") y una española, esta "La vida de nadie".
Un guión habilidoso, cuya mayor virtud es ser verosímil dentro de lo increíble de la situación, una dirección muy personal, que revela a un cineasta dúctil y con intencionalidad, y una excelente interpretación de José Coronado y Adriana Ozores, redondean una película notable.

Javier Castro. Miradas. (3/5)
La ópera prima de Eduard Cortés supone un soplo de aire fresco contando una historia que sorprende sin aspavientos, sin pretensiones autorales o trascendentes, con un guión bien construido y dirigido durante casi todo el metraje, y unas interpretaciones estupendas.
En el clímax final se nota cierta inexperiencia en el director, que no le da el ritmo necesario y queda un poco ralentizado y reiterativo perdiendo parte del efecto, así como en algunos momentos de los comienzos de la película, aunque en general es divertida (ya se sabe que lo contrario de divertido no es serio, sino aburrido).
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