El abuelo

José Luis Garci, 1998
Reparto: Fernando Fernán Gómez (Don Rodrigo de Arista Potestad) Rafael Alonso (Don Pío Coronado) Cayetana Guillén Cuervo (Doña Lucrecia Richmond) Agustín González (I) (Senén Corchado) Cristina Cruz (Dolly) Alicia Rozas (Nelly) Fernando Guillén (Alcalde de Jerusa) Francisco Piquer (Prior de Zaratay) María Massip (Gregoria) José Caride (Venancio) Francisco Algora (Don Carmelo) Emma Cohen (Vicenta, la alcaldesa) Juan Calot (Don Salvador, médico) Concha Gómez Conde (Doña Consuelito) Antonio Valero (Don Jaime, ministro)
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Es la honra, no la duda

El marqués Don Rodrigo de Arista Potestad vuelve envejecido y también arruinado de hacer las américas. Antes de morir quiere saber cual de sus dos nietas es de su sangre, porque una carta de su hijo deja claro que la otra es ilegítima. La nuera se niega a decírselo. Ella tiene ahora gran poder dentro del pueblo porque posee las fincas y porque es la amante de un ministro. Toda la aristocracia del pueblo la agasaja y homenajea. Con ayuda de su poder hace que todos los pudientes del pueblo se unan para encerrar al abuelo en un monasterio, pero él escapa y redobla su cruzada con la ayuda del único amigo que hace, Don Pio Coronado, el profesor de las niñas, un hombre tan bueno que no encuentra lugar en el mundo y piensa seriamente en el suicidio porque no puede con sus hijas. Las niñas quieren a los dos ancianos y sobre todo la mayor demuestra su afecto enfrentándose con los arrendatarios de la tierra que hospedan al abuelo con avaricia.

No sé que es peor, si el Garci laudatorio que se quema las cejas buscando adjetivos y virtudes para el eximio Blas Otamendi, o si el Garci destemplado que pone de vuelta y media a los poderes fácticos de Jesusa. Garci, como muchos malos creadores, cree que es dios, y que todos sus personajes deben echarse a temblar por miedo a qué va a decir de ellos. Garci se inserta dentro de la tradición más española y menos exportable, que algunos llaman caspa, cuando reduce todos los méritos de sus héroes a lo que otros dicen de ellos. Esa obsesión por la fama es calderoniana, pero también está en el cine de pandereta. Por eso llama la atención la confrontación de los dos venerables ancianos en su discusión sobre el teatro. Don Rodrigo eleva a Shakespeare y la duda de Hamlet por encima del tema del honor de nuestro siglo de oro, pero el logrado final no basta para salvar la película de caer en lo segundo, en lo mismo que quiere evitar.

Si hubiera que buscar un tic incurable en Garci habría que nombrar su gusto por el portazo en las narices, la frase lapidaria, el insulto merecido y cortante con que despacha al malo de la película. En este caso, Don Rodrigo insulta a todos los hombres respetables por lo mucho que le deben a su familia. Consciente o no de ello, Garci hace un discurso de un conservadurismo trasnochado. El noble recuerda a cada uno que no serían nada si no fuera por sus favores que es como decir que este mundo es mucho mejor gracias a las limosnas que deja en él la aristocracia. Garci ha preparado la escena cuando el abuelo afirma que el peor pecado es el de la ingratitud que está por encima de la villanía. Garci ha hecho de su película, como a él le gusta, un púlpito desde el cual despelleja aquellos defectos que le parecen intolerables. La elección de otros defectos más palmarios hubiera mejorado ese climax.

Arthur Lacere, dice de los personajes que no hacen frases sino aforismos. Parece que los subtítulos ingleses no han descontaminado los diálogos de ese mal sabor de lo repensado, de lo estudiado, de lo que no tiene asomo de espontaneidad. Y sin embargo, después de nombrar todos los latiguillos del Garci de siempre no dejo de reconocer una película rica, por encima de la norma. Una película que no hay que perderse y que pese al ritmo cansino a base de escenas demasiado planificadas con prólogo y musiquilla final (en lugar de la agilidad que dictaba el propio curso de la historia) sigue siendo emotiva y emocionante. Lo es porque da con temas punzantes como la vejez abandonada, el dinero enfrentado a la nobleza, el amor enfrentado al honor, el hombre franco enfrentado con toda la chusma de pelotas. Una gran obra.

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