El último Samurái

Edward Zwick, 2002
Repato: Tom Cruise (Capitán Nathan Algren), Timothy Spall (Simon Graham), Ken Watanabe (Katsumoto), Billy Connolly (Zebulon Gant), Tony Goldwyn (Coronel Bagley), Hiroyuki Sanada (Ujio), Koyuki (Taka), Shichinosuke Nakamura (Emperador), Shun Sugata (Nakao), Seizo Fukumoto (El samurái mudo), Masato Harada (Omura), Shin Koyamada (Nobutada).
Guión: John Logan, Edward Zwick y Marshall Herskovitz; basado en una historia original de John Logan.
Música: Hans Zimmer.
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Pretende ser Kurosawa, pero se queda en Kubrick

El Capitán Nathan Algren no tiene la conciencia tranquila porque participó con Custer en la matanza de Little Big Horn. Acabada la guerra civil, el gobierno de Japón lo contrata por 500 dólares al mes para que adiestre su ejército que debe luchar contra las revueltas samuráis. Al poco de empezar su tarea es obligado a plantar batalla con sus tropas aún mal preparadas y cae prisionero del jefe Samurai Katsumoto que lo deja vivir porque quiere conocer a su enemigo. En el poblado samurái encontrará la paz que antes sólo había conseguido con el whisky.

El tiempo que el capitan pasa en el poblado samurái es lo mejor de la película. La mujer que le cuida es la esposa de un guerrero que él mató en la batalla. Aunque le sobra valor, Nathan tiene mucho que aprender del perfeccionismo nipón. Su captor discute con él sobre el honor, sobre el destino y sobre el sentido de la vida para un guerrero.

Por desgracia, el capitán americano no le hace al guerrero algunas preguntas socráticas que para mi son cruciales. Por ejemplo, si es una deshonra perder una batalla contra un enemigo más numeroso y armado. O bien, si luchar en una batalla tan desigual es un acto de valor o de locura.

En Yakuza, una película inolvidable, Mitchum se corta un dedo para saldar una deuda con un amigo a quien ha hecho daño. Eso era en los setenta y lo dirigía Pollack. Pero ahora vivimos una época de barroquismo desmelenado y a Zwick no le bastaría ni con todas las falanges de Mitchum, amigos y extras. El despliegue visual, el realismo de las batallas, la recreación de ambientes, ciudades, va acompañado, por desgracia, de una exuberancia paralela en sacrificios, en muertes innecesarias, como la del hijo, el hermano y hasta el cámara.

Puede que Zwick quisiera rodar una película de Kurosawa, pero ha rodado una de Kubrick. Ha vuelto a rodar “Senderos de Gloria”, sólo que poniendo de buenos a los generales sin escrúpulos que quieren que sus soldados se suiciden en la Colina de las Hormigas. Como es Japón, que no Francia, todos los guerreros tienen unas ganas horribles de hacerse el hara-kiri y si el jefe les dice que se peleen contra una ametralladora armados con su espada se lanzan todos como locos, igual que los clientes del corte inglés el primer día de rebajas. Y digo yo, que con soldados como estos, así podía rodar John Wayne aquellas películas de antes en las que él solo se cargaba a cien indios.

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