El sitio de Troya IV

Sin embargo, el héroe griego no sobrevivió mucho tiempo a los asesinos de Patroclo, porque París, poco después de la venganza de Aquiles, le disparó una flecha que le dejó muerto en el acto.

Después de diez años de sangrientos combates, los griegos se apoderaron por fin de aquella ciudad por medio de una estratagema poco comprensiva para nosotros, en verdad, aunque coronada por el más completo de los éxitos.

Por consejo de Ulises, rey de Ítaca, fingieron renunciar a destruir aquellas murallas fatales que ya habían costado la vida a sus valientes guerreros, y volvieron a embarcarse en sus navíos, como para regresar a Grecia. Abandonaron en la costa un enorme caballo de madera que fingieron ofrecer como regalo del mar para que les protegiera durante la travesía. Anteriormente, habían hecho penetrar secretamente gran número de soldados en esta singular construcción. Al ver alejarse a sus enemigos, los troyanos, en el colmo de la alegría, y engañados por el discurso de un traidor llamado Sinón, cometieron la imprudencia de introducir el enorme caballo en la ciudad.

Los centenares de griegos que contenía la colosal figura salieron de pronto, sorprendiendo a Príamo, a París, y a los principales defensores de Troya. La desdichada ciudad cayó bajo todos los horrores del incendio y de la rapiña.

La reina Hécuba, conducida a la esclavitud con todas sus hijas, tuvo el dolor de ver cumplir el oráculo que predijo antaño la ruina de su patria por causa de París. Elena volvió a unirse con Menelao, que no tuvo el menor inconveniente en acogerla de nuevo. La ciudad de Troya, abandonada a la furia de los vencedores, no tardó en convertirse en montón de cenizas y de escombros.

La mayoría de los príncipes griegos que habían destruido la malhadada ciudad, no tardaron en ser, a su vez, castigados por su barbarie para con los troyanos.

Agamenón, apenas estuvo de regreso en el Argólido, fue traicionado por su propia esposa Clitemnestra, hermana de Elena, y muerto por enemigos que se habían apoderado del reino durante su ausencia. El «rey de reyes», como llamaban los griegos al jefe de los griegos confederados durante los diez años que duró el sitio de Troya, fue inhumado en Micenas, donde Schliemann cree haber hallado la tumba de Agamenón con numerosas joyas de gran valor (brazaletes, broches, coronas, copas de oro). Esto es debido a la costumbre de los antiguos de enterrar con sus muertos, los objetos que éstos empleaban en vida. Ayax, hijo de Telamón, pereció con todos sus vasallos en una tempestad, casi a la vista de las costase de Salamina.

Idomeno, expulsado de la isla de Creta por un rival poderoso, se vio obligado a buscar refugio en un país lejano, al que, por el establecimiento de vanas colonias helénicas, se dio el nombre de Magna Grecia. Dicho país formaba parte de Italia.

En cuanto a Ulises, después de haber errado con sus compañeros durante diez años enteros sin poder volver a Itaca, su patria, llegó justamente a tiempo para evitar que sus súbditos, que le creían muerto, obligasen a Penélope, su mujer, a que tomase otro esposo. Cuando el príncipe, disfrazado de mendigo, se presentó a la puerta de palacio, sus antiguos servidores se negaron a reconocerle, mientras que su viejo perro acudió a lamerle los pies y murió de alegría al volver a ver a su amo.

Extraido de "Historia de Grecia contada a la juventud". Lamé Fleury.

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