Pulp Fiction en el diván

De alguna manera, la definición de «pulp» conviene también a los asuntos que se traen entre manos los psicópatas: temas espeluznantes que se imprimen en papel basto y bruto.

Un psicópata sería algo espeluznante con un acabado basto y bruto desde el punto de vista humano.

Si algo se puede decir de un psicópata es que es un humano que está sin humanizar.

Tiene sus formas, imita sus conductas, aparentemente es como los demás, pero no. Llega un momento en que hacen lo que normalmente a los humanos que lo son les pondría los pelos de punta, pues nada hay prohibido para ellos. Nada tiene por qué ser respetado salvo un cierto código del honor que les lleva a ser leales entre ellos, siempre y cuando se esté en el mismo bando. Aunque, más que lealtad, de lo que se trata es de un pacto de no agresión.

Así, a los matones de Marcelus Wallace (Ving Rhames), Vincent John Travolta) y Julius (Samuel L. Jackson), les vemos ir de colegas y, como un par de colegas que se dirigen a su trabajo van hablando de las cosas de la vida, de lo que piensan, se dan consejos; todo normal, si no fuera porque a continuación se les ve amenazando y matando a los traficantes que han traicionado a su jefe. Y lo hacen recitando un pasaje bíblico que a Julius le carga de razón para permitirse una cólera y una venganza legítimas. Al fin y al cabo, están extorsionando a su jefe y eso no se puede permitir, demostrando con ello la doble moral con la que se manejan.

Esta doble moral es posible por la escisión que sufren en la conciencia, que evita que la una entre en contacto con la otra, no dándose entonces la posibilidad de la contradicción ni de la ambivalencia que les haría entrar en conflicto consigo mismos.

Así, Vincent es capaz de vaciar su cargador sobre alguien pero se queja de que otro sea capaz de rayarle el coche como si fuera el peor de los delitos. Lo suyo no lo es porque tiene un jefe que se lo ordena y un trabajo que cumplir en el que el despido se paga con la vida. Aparentemente, se creen dueños porque violan la ley matando pero a su vez están sometidos a los caprichos de un jefe que puede hacer lo mismo con ellos. Por eso sacar a la esposa del jefe a pasear es como caminar sobre un campo lleno de minas dispuesto a estallar al más mínimo descuido. No hay manera de saber cómo va a interpretar el jefe el resultado: si la esposa queda contenta, puede que haya sido porque le ha sido infiel pero si la esposa se queja, entonces es el jefe el que no se queda complacido. Hagan lo que hagan, están en sus manos.

Bien mirado, no compensa ser psicópata. Es más, hay que tener ciertas cualidades para serlo entre las que se encuentran esa escisión del yo que hace que puedan producir y contemplar el horror sin inmutarse. Esto hace que transmitan una sensación de poder y de dominio que no tiene el resto de los mortales, llegando a ser considerados como héroes y despertando la admiración y la simpatía del espectador. Como no transmiten sensación de peligro, tampoco el espectador la tiene y se produce una identificación con el personaje que hace que éste se divierta con cosas que en la realidad le espantarían.

En el espectador normal, lo que hay es una represión de los impulsos en la realidad, pero en la ficción, hay un levantamiento de esa represión que hace que sea posible el disfrute. En cambio en el psicópata, no hay represión de esos impulsos en la realidad ya que han de ser satisfechos y, si algún obstáculo se interpone, se elimina. Es la ley del capricho y este capricho puede llevar a tener que matar cuando se usa la fuerza para obtener lo que se quiere. Esto es lo que les pasa a la pareja de atracadores de la cafetería donde los matones de Marcelus están desayunando. La falta de legalidad les hace estar en la cuerda floja.

No olvidemos que estamos hablando de los psicópatas sensibles, que tienen su corazoncito para con su chica, que matan para obtener otro beneficio con ello: dinero, poder. Por eso Julius puede plantearse como una señal divina el no haber muerto en el tiroteo contra los traficantes y piensa en retirarse; o tal vez piensa en ponerse en manos de un amo más poderoso que su jefe, cuya cólera podría recaer sobre él.

Teodora Liébana. Cine en el diván.

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