Carta a tres esposas

Pseudo-críticas

Joseph L. Mankiewicz
Linda Darnell (Lora Mae Hollingsway), Ann Sothern (Rita Phipps), Jeanne Crain (Deborah Bishop), Paul Douglas (Porter Hollingsway), Kirk Douglas (George Phipps), Jeffrey Lynn (Brad Bishop), Barbara Lawrence (Georgiana Finney)
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No hay cosa más halagadora que un crítico fingido. Cuando la crítica no es visceral ni seria el público burgués se va a casa más orgulloso que un pavo real; porque sabe que supera todas las pseudo-críticas que se le han hecho. Eso me explica que a Mankiewicz se le oscarizara tanto.

Carta a tres esposas sigue la moda del perspectivismo que inició Welles, con un juego al gusto de Mankiewicz. Tres bonitas esposas de tres resplandecientes maridos americanos parten para un hermoso campamento escolar de un día cuando reciben una carta que les dice que uno de sus maridos se ha ido con Abbie Ross, la amiga de las tres. La pregunta de la película es ¿quién ha sido la desafortunada? Mientras preparan la merienda y las actividades, cada una dedica un rato a recordar, en un flashback, su relación conyugal.

La primera esposa recuerda sus nervios al conocer a los amigos de su marido. La segunda esposa escribe programas radiofónicos y está casada con un profesor de universidad que desprecia a los patrocinadores del programa. La tercera era una joven sin futuro que se casó con un hombre mayor al que tuvo que conquistar con una larga espera porque se resistía a comprometerse. Después de casarse, él cree que ella no le ama, y que sólo sigue con él por dinero. Esta pareja es la verdadera protagonista.

El cine ha usado tradicionalmente el tema de la mujer infiel para minar las bases de la sociedad burguesa donde más duele, en su visión de la mujer como propiedad. Madame Bovary, Ana Karenina, La letra escarlata, La regenta, Carta a una desconocida, Breve encuentro, Te querré siempre, La hija de Ryan, El piano, Sorgo rojo etc. etc. Pero Mankiewicz le da la vuelta al argumento y lo convierte en el de la mujer casada por dinero con un hombre mayor al que acaba queriéndo.

¿Cómo se puede contar un argumento tan dócil, complaciente, conservador y marrullero? Sólo de una manera: vistiendolo de subversivo y pseudo-ácido. El profesor que critica los médios de masas hace ese servicio.

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